Archivo del blog

26 julio, 2012

Me quiere. Me busca. Lo siento. Me toca. Me encuentra.
Lo veo. No quiere. No viene. No llega. No entra.
Se esconde. Me halaga. Se ríe. Lo intenta.
Puede. Quiere. Más y mejor.

23 junio, 2012

¿Botinera?


- Amiga ¿salimos ésta noche?
Esos signos de interrogación abrazaban cuatro palabras, cuatro simples conjuntos de letras que definirían lo que el destino tenía para nosotras.
La respuesta fue afirmativa. En seguida surgió la duda de siempre, esa duda existencial que aplasta al famoso "Ser o no ser" del famosísimo Hamlet:
-¿Qué me pongo?
 Belleza, frescura y juventud. Eso era lo que me iba a poner esa noche. La tarde transcurrió, el sol se escondía en el horizonte combinando los colores del cielo con el esmalte de uñas elegido para lucir. 
La amiga llega y entonces partimos. Todos los fines de semanas los jóvenes salen con expectativas de diversión y conquista. Ésta última no era el caso. Después de todo "las chicas sólo quieren divertirse"...

Entre canciones de moda, luces de colores y cuerpos tambaleándose por los efectos del alcohol, estaba él.
Divino. Una deidad. Piel morena, como la canción de Thalia. Rasgos cálidos, caribeños que recordaban a palmeras, playas soleadas...ya sentía el aroma de los cocos y tragos exóticos. Sus ojos marrones, varoniles. Musculosa blanca combinada a la perfección con el tono de su piel que dejaba al descubierto esos brazos formados, dignos de un deportista. El caballero daba esa imagen de machazo, carne de la buena...
Y entonces me señala con una sonrisa, invitándome un trago. Mi amiga se perdió con su cómplice en la multitud. Otra historia que contar.
El morocho tenía mirada ganadora, como cuando los atletas ganan el primer puesto. Me halagó con sonrisas y gestos de aceptación:
- ¿Cómo me dijiste que era tu nombre?
Me presenté nuevamente.
En realidad nunca lo había hecho, creo que utilizó el truquito del "te conozco" el cual  acorta distancias entre dos desconocidos por conocerse.
¿Y vos?- Lo invité a identificarse. Gesticuló extendiendo las manos hacia un saludo formal, como si fuéramos a emprender un proyecto empresarial.
- Guille, jugador de fulbo.

22 junio, 2012

Maní para todos

 Era el hombre más lindo que jamás haya visto. Cualquier mujer se deleitaría observandolo. Pelo castaño como la tierra que deja al descubierto las raíces que sostienen los árboles que forman los verdes bosques, verdes como sus ojos.  Su mirada profunda como el océano.
 La relación entre su nariz y su boca era perfecta... su boca era perfecta.
Su mirada se dirigía hacia un horizonte, ¡quién sabe qué era lo que sus bellos ojos contemplaban!
Entones me miró. El tiempo, el espacio, el aire. Nada. Nada más existió, sólo su rostro en el infinito.
Se puso de pié (olvidé mencionar que estaba sentado) y dirigió su torso hacia mí, seguido de un paso. Claro a ese paso le siguieron unos pares más hasta recorrer esos aproximados cinco metros que lo separaban de mi cuerpo tembloroso ante semejante caballero.
-Hola, yo te conozco.
Básico. Su tono de voz convertía cualquier sonido en música. En sinfonía de palabras que hacían vibrar mis tímpanos al ritmo de mi corazón.
No. Mi corazón no temblaba mi corazón galopaba con cada palabra pronunciada. Su sonrisa era realmente soñada, la distancia entre sus labios carnosos dejan ver unos dientes perfectos, que relucían. Era feliz. Es hombre era feliz y me contagió su felicidad. Me hizo reír, me hizo soñar, me hizo esperar. Y llegó.
Sus manos tibias se abalanzaron sobre mi rostro pálido. Me acarició, se acercó, me besó.
Me besó como nunca antes me habían besado. La noche transcurrió, el tiempo, ese mismo tiempo que se supo detener en el momento exacto en que lo visualicé, ya no existía. 
Nuestros labios supieron entenderse, nuestras lenguas entrelazarse y nuestros cuerpos, conocerse.
Cada vez más, cada vez mejor. Se alejó en la multitud con la promesa de volver. Y volvió comentando:
-Las promesas no se hicieron para romperse.
- Ni las noches para desperdiciarse- contesté decidida.
Me tomó de la mano y me guió hacia un lugar más privado.
Sí, iba  a pasar. Me juró con abrazos que esa noche sería inolvidable.
Los latidos parecían sincronizar y la ropa sobrar. Sentí su piel caliente. Sus labios danzando en mi cuello.
Sólo quedaba la ropa interior. Me insinuó que aquello que escondía me contaría el resto de la noche. Entonces se desnudó. Observándolo comenté:
- Qué poder de síntesis.