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22 junio, 2012

Maní para todos

 Era el hombre más lindo que jamás haya visto. Cualquier mujer se deleitaría observandolo. Pelo castaño como la tierra que deja al descubierto las raíces que sostienen los árboles que forman los verdes bosques, verdes como sus ojos.  Su mirada profunda como el océano.
 La relación entre su nariz y su boca era perfecta... su boca era perfecta.
Su mirada se dirigía hacia un horizonte, ¡quién sabe qué era lo que sus bellos ojos contemplaban!
Entones me miró. El tiempo, el espacio, el aire. Nada. Nada más existió, sólo su rostro en el infinito.
Se puso de pié (olvidé mencionar que estaba sentado) y dirigió su torso hacia mí, seguido de un paso. Claro a ese paso le siguieron unos pares más hasta recorrer esos aproximados cinco metros que lo separaban de mi cuerpo tembloroso ante semejante caballero.
-Hola, yo te conozco.
Básico. Su tono de voz convertía cualquier sonido en música. En sinfonía de palabras que hacían vibrar mis tímpanos al ritmo de mi corazón.
No. Mi corazón no temblaba mi corazón galopaba con cada palabra pronunciada. Su sonrisa era realmente soñada, la distancia entre sus labios carnosos dejan ver unos dientes perfectos, que relucían. Era feliz. Es hombre era feliz y me contagió su felicidad. Me hizo reír, me hizo soñar, me hizo esperar. Y llegó.
Sus manos tibias se abalanzaron sobre mi rostro pálido. Me acarició, se acercó, me besó.
Me besó como nunca antes me habían besado. La noche transcurrió, el tiempo, ese mismo tiempo que se supo detener en el momento exacto en que lo visualicé, ya no existía. 
Nuestros labios supieron entenderse, nuestras lenguas entrelazarse y nuestros cuerpos, conocerse.
Cada vez más, cada vez mejor. Se alejó en la multitud con la promesa de volver. Y volvió comentando:
-Las promesas no se hicieron para romperse.
- Ni las noches para desperdiciarse- contesté decidida.
Me tomó de la mano y me guió hacia un lugar más privado.
Sí, iba  a pasar. Me juró con abrazos que esa noche sería inolvidable.
Los latidos parecían sincronizar y la ropa sobrar. Sentí su piel caliente. Sus labios danzando en mi cuello.
Sólo quedaba la ropa interior. Me insinuó que aquello que escondía me contaría el resto de la noche. Entonces se desnudó. Observándolo comenté:
- Qué poder de síntesis.